jueves, 12 de abril de 2018

Bspwm y la metáfora del escritorio

Una de las cosas que los usuarios de GNU / Linux tenemos en abundancia (además de moral) son los entornos de escritorio y gestores de ventanas. Frente a la tiranía de Windows y Apple, que obligan a sus usuarios a tirar con «lo que hay» (porque, claro, ellos saben más que nadie lo que los usuarios necesitan), en el mundo libre uno puede saltar de entorno en entorno según sus necesidades y apetitos, y tener cuantos quiera instalados a un tiempo. Con razón se suele decir que no hay nunca un Linux igual a otro. Entornos los hay a cientos y para todos los gustos: proyectos grandes y veteranos, con sólidas comunidades y respaldados por fundaciones y corporaciones varias, como KDE y Gnome; pero también otros desarrollos que, aun teniendo su punto excéntrico y marginal, no dejan de ser tremendamente interesantes. Para probarlos basta con cargarse de ganas y curiosidad, pues siempre están disponibles en los repositorios oficiales de las distribuciones.

En mi caso, yo llevo trabajando un tiempo con Bspwm, un gestor de ventanas del que me he enamorado perdidamente, aunque los amores en Linux siempre son polígamos o simples aventuras de una noche. Bspwm vendría a ser un gestor de ventanas estilo «tiling», de esos que aspiran a romper con la metáfora clásica del escritorio a la que casi todos estábamos acostumbrados desde antiguo. En ésta, las ventanas se disponen como si fueran papeles que van apilándose en una mesa, a veces con demasiado caos, lo cual es una representación bastante fiel (ay) del escritorio físico. Por contra, en los tiling las ventanas se ordenan marcialmente igual que un mosaico, aprovechando hasta el último centímetro de la pantalla. Olvídense de cosas tan rancias como la barra de título o los botones de maximizar, minimizar o cerrar. Bspwm, así las cosas, me resulta increíblemente cómodo para traducir, o incluso maquetar, donde suelo tener un montón de ventanas abiertas a un tiempo. Además, se maneja con una rapidez pasmosa sin levantar las manos del teclado (en los portátiles es una bendición), su consumo de recursos es ridículo y aprender a usarlo es infinitamente más fácil que recordar su nombre.

De todas formas, insisto: en Linux somos todos abejorros de culo inquieto. O tal vez no exista el entorno de escritorio perfecto. Por eso siempre es una liberación poder usar varios entornos (y metáforas de escritorio) a lo largo del día, frente al aburrido uniforme gris del software privativo. Aunque también decía un usuario del foro de Manjaro Linux (refiriéndose a los dos entornos emblemáticos del sistema operativo del pingüino): «When I run Plasma I miss GNOME’s simplicity. When I run GNOME I miss Plasma’s configurability». Esto mismo (le contesté) ya lo teníamos en nuestros viejos libros de texto de latín: «Romae rus, ruri Romam desidero» (En Roma extraño el campo, en el campo extraño Roma).